Sólo a las niñas guapas y a los hermanos que se las presentaban con sorna les sonrió alguna vez. A los demás, nos enseñaba sus dientes nauseabundos. Nos mordía, nos arañaba e incluso llegó a sacarle un ojo a uno de la pandilla que se le acercó demasiado. Por esto, le pusieron una cadena en el cuello y debieron pegarle bastante porque nunca más intentó atacarnos cuando metíamos la mano entre las rejas. La verdad es que desde entonces dejó de ser gracioso ir a ver al niño salvaje, así que poco a poco nos olvidamos de él. Un día volvimos al parque, pero ya no estaba la jaula.
Tremenda fábula de cómo somos domesticados, con paciencia y cadena.
Bien salido del círculo que suponía la frasecita.
Abrazo feroz
¡Gracias! La verdad es que la frasecilla se las traía. Un abrazo.