Se conocen en una reunión de alcohólicos anónimos. Él dice que bebe por placer y ella, por evitar el hastío. Es la primera vez que van y se han gustado desde el principio. Ambos parecen ajenos a ese ramillete de flores marchitas con ojos tristes que solo desea una vida mediocre. Ellos brillan. En realidad, ninguno de los dos tiene la más mínima intención de dejar de beber, solo están aquí por una extraña inercia. Los demás se dan cuenta enseguida de que son diferentes y de que se van a enamorar.
Él la espera a la salida y, en menos de cinco minutos, ya están tomando una caña en el bar de enfrente. Es uno de esos de toda la vida, de los que huelen a fritanga y cazalla, donde los parroquianos tienen ojeras y beben silenciosos entre las brumas catódicas del televisor.
Ella se toca mucho el pelo cuando habla y levanta los dedos con distinción pidiendo dos más. Él se moja los labios entornando los ojos, tiene cierto aire de galán de cine mudo. Y se ríen mucho, a carcajadas, a borbotones; de su situación, de la dejadez de él, del despiste de ella y de la mala memoria de los dos. Todo el bar toma un color palpitante cuando se acercan el uno al otro, lo nota el camarero al servirles la tercera ronda. Y cuando se cogen de las manos, la máquina tragaperras canta un premio y derrama monedas cobrizas que recoge mecánicamente una señora apagada.
Salen a la calle tropezando el uno con el otro y, agarraditos del brazo, enfilan hacia las tabernas del puerto, donde sirven ron del bueno, del de los piratas tuertos. Van cantando por el camino, exultantes y dichosos, como dos escolares que huyen del colegio. Son ya
todo sonrisa, son efervescentes y las prostitutas taciturnas asoman de los portales para seguir el rastro de corazones chispeantes que destilan sus poros.
Y así, entre burbujas etílicas y tugurios de mala muerte, la noche se va destiñendo y, sin saber muy bien por qué, el sol los despierta separados. Él, junto a una mujer extraña que le mira con desconcierto. Ella, junto a un viejo desconocido que se marcha avergonzado.
Ambos regresan a sus casas aturdidos, con la añeja sensación de haber perdido algo. Y, a medida que se alejan, se les van cayendo los recuerdos al suelo en forma de viejos cromos arrugados que los niños recogen y coleccionan.
«Este es de cuando se besaron ―tengui―. Este, de cuando se reconocieron ―tengui―. Este, de cuando lloraron abrazados al recordar la maldición de la bruja ―falti―… »
Todos saben la historia de estos pobres desgraciados, a los que una madrastra rencorosa maldijo al final del cuento. Cada mañana olvidan que son un príncipe y una princesa hechizados y pasan el día buscándose sin saberlo. Y cada noche, alcoholizados, recuerdan su amor eterno.
Esta tarde, se conocerán de nuevo en la sección de vinos del supermercado.
Con este relato he ganado el Certamen Teseo XII. La pregunta era: ¿Cómo termina realmente el cuento? http://www.elmultiverso.com/
Jo, me encanta. La voz, Calmer, la voz me encanta. Y la historia.
Abrazos
Muchísimas gracias! 🙂
Un abrazo!
un cuento excelente, disfruté leyéndolo
¡Muchas gracias!
Que chulo Calmer!! Me ha encantado la imagen de los cromos, es buenísima, y el final también. No me extraña que hayas ganado 😉