Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto “fiuu” y la lavadora comienza a centrifugar. Las chicas aplauden entusiasmadas. Ella sonríe orgullosa y se pone ante el fregadero. Sin dejar de mirarlas, “clack” chasquea hábilmente sus dedos y del grifo sale un chorrito de agua. “Maravilloso”, exclaman eufóricas. Señala entonces a la batidora, da dos golpes de tacón “tac, tac” y automáticamente se pone en funcionamiento. Todas dan pequeños saltitos exaltadas. “Increíble” proclaman al unísono esperando la próxima sorpresa. Pero ella mira el reloj y dice “vaya, son ya las 3”, entonces da un par de palmadas “plas, plas” y todas regresan al armario de la cocina.
Relatos en Cadena
-A la cola, como todo el mundo. –Le gritan desde el grupito de fans.
Pero ella camina decidida hacia la estrella del rock, sin importarle lo más mínimo que intenten arañarle y tirarle del pelo. Firme, casi sin inmutarse, se abre paso a través de un bosque de niñas histéricas que intentan detenerla. Al fondo él, ajeno, firmando camisetas mientras se deja manosear por las adolescentes con condescendencia. Al verlo, sonríe y consigue sortear a los últimos que le cierran el paso. Justo cuando logra estar frente a él, empieza a quitarse la ropa. La reconoce, es la misma de siempre. Ella lo besa.
Ahora sonará el despertador.
Se oye un rítmico puf puf de fantasmas paridos por una enorme máquina oxidada. La cinta transportadora traslada los espectros recién nacidos hasta los técnicos, que los clasifican según su nivel de terror. Luego serán empaquetados y apilados junto a las pesadillas, los gritos de medianoche y las demás criaturas pavorosas para ser distribuidos. Debido al exceso de producción de los últimos años, la población ha huido al bosque, ya que multitud de monstruos y engendros ociosos campan a sus anchas por la ciudad. Los operarios de la fábrica están escuálidos por tanto trabajo. Nadie recuerda cuándo empezó a funcionar, pero a todos les da miedo parar la máquina.
– Por lo que más quieras, lávate bien esas manos antes de acostarte. – Suplica él desde la cama.
Ella obedece. Con una sonrisa forzada se frota vigorosamente entre los dedos con mucho jabón. Luego se mete en la cama y se abrazan. Cuando intenta besarlo él le olisquea el cuello y le dice:
– Deberías ducharte de nuevo, sigues oliendo a pescado.
Sin decir nada, ella vuelve a la ducha y llora bajo el chorro de agua caliente. Hace meses que cerraron la pescadería. Hoy, su exjefe, ha sido su último cliente.
-¡Por lo que más quieras, lávate bien esas manos antes de acostarte, maldito inútil; que da asco verte! Ni se te ocurra tocarme, cerdo. Vamos a dormir y mañana procura levantarte temprano, ¡joder! Al final tendremos que ir a vivir con mis padres otra vez… Y deja de mirarme con esa cara de imbécil.
Juanito, desconcertado, se levanta del césped. Quique se le acerca y le dice muy bajito:
-Ya te dije que no la invitaras, Laurita no sabe jugar a papás y mamás.
Con nuestro mécanico de confianza al fin en casa, todo acabó correctamente. Fue rápido: abrió el pecho metalizado de mi mujer, que seguía convulsionándose entre chispazos, y de sus engranajes extrajo una masa viscosa que arrojó al suelo. Colocó de nuevo los tornillos, apretando bien las tuercas y reinició su sistema operativo. Ella se normalizó en seguida y, aliviados, regresamos a nuestra rutina robótica.
– Es la tercera avería de esta semana.- Dijo el androide antes de marcharse. – Les ha dado a todas por implantarse prótesis orgánicas.
Los microbots de limpieza recogieron diligentes el corazón ensangrentado y lo tiraron a la basura.
Aquella tarde, papá regresó a la tumba entristecido. Mamá lloraba cuando nos despedimos. Lo habíamos pasado tan bien en el río… Se nos hizo de noche volviendo a casa. Antes de entrar en el pueblo se agachó y me dijo muy seria:
– Recuerda que esto ha sido un sueño. Ya sabes que tu padre está muerto. Lo fusilaron en el arroyo junto a los otros.
– ¿Los muertos también sueñan?
– Claro, hija.
Desde entonces no hemos vuelto a soñar juntos. Debe ser por culpa de mamá, que se pasa las noches en vela. A papá lo oigo a veces roncar a través de las paredes.
“Y además nos hace daño verlo así, Conchi, que parece dormido de lo arregladito que lo han dejado. Hasta aparenta menos edad. ¡Y qué elegante! Igualito que un señor; tan afeitadito, con su traje… Míralo, no ha lucido tan guapo en veinticuatro años de casados. Pobre Paco, morir así, tan de repente… si no le ha dado tiempo ni ha poner cara de muerto. ¿Verdad, Cristinita, que es como si en cualquier momento tu padre fuese a despertar y a pedir un café?” La joven agacha la cabeza mirando a su madre de reojo. Instintivamente, aprieta las piernas y se baja un poco la falda.
– … y además nos hace daño.
Ella asintió mordisqueándose los labios y se abrazaron un instante. En silencio, metieron la ropa, los juguetes y los cuentos en bolsas de basura. Ella aferró un peluche pero él negó con la cabeza. Cuando la habitación quedó vacía, bajaron al descampado con todo y le prendieron fuego. Se cogieron de la mano ante la hoguera, muy callados. Ya en casa, él la besó en la frente y se marchó a dormir. Ella, sigilosa, anduvo a oscuras hasta la habitación vacía. Luego subió al desván y esbozó una sonrisa traviesa. Allí seguía escondida la casita de muñecas.